Rush Limbaugh, personalidad de la radio estadounidense, dijo que
estaba atónito por las declaraciones que el Papa hizo recientemente
"sobre los grandes males del capitalismo". Durante su transmisión
—titulada: It's Sad How Wrong Pope Francis Is (Unless It's a Deliberate Mistranslation by Leftists) (qué
triste que el Papa esté tan equivocado, a menos que se trate de una
mala traducción deliberada de los izquierdistas)—, Limbaugh dijo que los
comentarios representan "marxismo puro que emana de la boca del papa". Esto sería realmente notable si fuera cierto. ¿Lo es?
Limbaugh se refiere a la nueva exhortación apostólica: Evangelii Gaudium o La alegría del evangelio, en la que el papa Francisco delinea su visión de la proclamación del evangelio por parte de la Iglesia.
Para los católicos, a quienes entusiasma el estilo despreocupado del Papa, el documento representa un refrescante cambio respecto al discurso tradicional. "Hay cristianos cuyas vidas parecen ser Cuaresma sin Pascua", lamenta el Papa. "Quiero recordar a los sacerdotes que el confesionario no debe ser una cámara de torturas". Denuncia una especie de "mundanalidad espiritual" que se "oculta tras una máscara de piedad", advierte sobre los "cascarrabias" que sustituyen el amor por Jesucristo con el amor por la Iglesia y rechaza la forma de pensar derrotista que transformaría a los cristianos en "momias dentro de un museo".
Ciertamente la prensa se ha concentrado en esas páginas —parte de un documento de 50,000 palabras— que arrojan una crítica intensa al sistema económico mundial, lo que el papa Francisco califica como "una economía de exclusión e inequidad".
Aquí es donde Limbaugh ataca: "El Papa ahora ha trascendido al catolicismo, esto es puramente político". Más "entristecido" que indignado, Limbaugh declara que "es muy claro que (el Papa) no sabe de lo que habla cuando se trata del capitalismo, el socialismo y cosas así".
No obstante, las palabras "capitalismo" y "socialismo" no figuran en el documento. Sin embargo, no es difícil entender lo que el Papa quiso decir: "Así como el mandamiento 'No matarás' establece un límite claro para salvaguardar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir 'No debes' a una economía de exclusión e inequidad. Esa clase de economía mata".
Al ser el primer Papa procedente del hemisferio sur, al haber vivido el colapso financiero de la economía argentina, al haber sido un obispo que animó a sus sacerdotes a trabajar en los barrios bajos, el papa Francisco conoce la economía desde el punto de vista de quienes están en el fondo. Al denunciar el culto al dinero, se pone firmemente en contra de un "mercado deificado" en el que las masas de seres humanos son espectadores impotentes, si no es que "sobras" desechables.
Limbaugh reconoció que no es católico, aunque dice que "se ha visto tentado a explorarlo en varias ocasiones"; no obstante, "sabe lo suficiente como para saber que hace unos años habría sido impensable que un Papa pensara o hablara así".
Sin embargo, hay poca diferencia entre el papa Francisco y las declaraciones proféticas de sus predecesores. Lo que ofrece no es "marxismo", como dice Limbaugh, sino una enseñanza social católica básica que nació hace más de un siglo. Tanto el papa Juan Pablo II como Benedicto XVI advirtieron explícitamente sobre el capitalismo liberal y la dictadura del mercado y emitieron encíclicas que, a causa de su énfasis en la justicia social y en la "opción para los pobres", Rush Limbaugh calificaría muy seguramente como el elixir mismo del "marxismo".
Sin embargo, es probable que el papa Francisco haya tocado un punto álgido. En el párrafo de su documento que se ha citado con mayor frecuencia, señala: "Algunas personas todavía defienden las teorías de los beneficios económicos en cadena en las que se asume que el crecimiento económico, animado por el libre mercado, logrará inevitablemente que crezca la justicia y la inclusión en el mundo".
"Esta opinión, a la que los hechos nunca han respaldado, manifiesta una confianza ingenua y burda en la bondad de quienes ostentan el poder económico y en el funcionamiento sacralizado del sistema económico predominante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando".
En este punto se podría decir que esto ya es personal, ya que trasciende a los ruegos tradicionales por los pobres para desafiar uno de los dogmas predominantes entre la élite a la que nuestra economía beneficia: la idea de que lo que beneficia a los más ricos —como las exenciones fiscales o la desregulación financiera— inevitablemente beneficiará a quienes están en el fondo.
Fuera de que estas afirmaciones tengan el respaldo de los hechos, el papa Francisco arremete contra los efectos corrosivos que esta clase de ideología tiene en nuestra capacidad de sentir compasión y de interesarnos por los demás.
"La cultura de la prosperidad nos hace insensibles; nos encanta que el mercado nos ofrezca algo nuevo que comprar. Mientras tanto, todas esas vidas frustradas por la falta de oportunidades parecen un simple espectáculo; no logran conmovernos". Limbaugh cree que esta declaración en particular es tan desconcertante que la repite tres veces.
Los analistas de negocios tal vez salgan en defensa del mercado. Sin embargo, al papa Francisco no le interesa entablar un debate sobre la "generación de la riqueza". Pertenece a una tradición que se remonta a los profetas de Israel, cuya prueba de fuego moral fue el bienestar de los miembros más vulnerables y menospreciados de la sociedad.
El papa Francisco asumió la labor de dar voz a los que no la tienen, de despertar la consciencia de los cristianos, de ayudar a crear una cultura de la solidaridad. Dice que anhela una "Iglesia pobre y para los pobres". Tal vez lo que lo distinga de sus predecesores es simplemente que esta es su prioridad y que evidentemente pretende hacer que la Iglesia rinda cuentas al respecto.
Claro que a nadie le preocupa un papa que se dedique a los enfermos y que ame a los pobres. Pero cuando se atreve a reflexionar sobre las causas morales y estructurales de la pobreza, la cosa cambia.
Como señaló Dom Helder Cámara, otro obispo profético de América Latina: "Cuando doy alimento a los pobres me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista". Hay cosas que no cambian.
Limbaugh se refiere a la nueva exhortación apostólica: Evangelii Gaudium o La alegría del evangelio, en la que el papa Francisco delinea su visión de la proclamación del evangelio por parte de la Iglesia.
Para los católicos, a quienes entusiasma el estilo despreocupado del Papa, el documento representa un refrescante cambio respecto al discurso tradicional. "Hay cristianos cuyas vidas parecen ser Cuaresma sin Pascua", lamenta el Papa. "Quiero recordar a los sacerdotes que el confesionario no debe ser una cámara de torturas". Denuncia una especie de "mundanalidad espiritual" que se "oculta tras una máscara de piedad", advierte sobre los "cascarrabias" que sustituyen el amor por Jesucristo con el amor por la Iglesia y rechaza la forma de pensar derrotista que transformaría a los cristianos en "momias dentro de un museo".
Ciertamente la prensa se ha concentrado en esas páginas —parte de un documento de 50,000 palabras— que arrojan una crítica intensa al sistema económico mundial, lo que el papa Francisco califica como "una economía de exclusión e inequidad".
Aquí es donde Limbaugh ataca: "El Papa ahora ha trascendido al catolicismo, esto es puramente político". Más "entristecido" que indignado, Limbaugh declara que "es muy claro que (el Papa) no sabe de lo que habla cuando se trata del capitalismo, el socialismo y cosas así".
No obstante, las palabras "capitalismo" y "socialismo" no figuran en el documento. Sin embargo, no es difícil entender lo que el Papa quiso decir: "Así como el mandamiento 'No matarás' establece un límite claro para salvaguardar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir 'No debes' a una economía de exclusión e inequidad. Esa clase de economía mata".
Al ser el primer Papa procedente del hemisferio sur, al haber vivido el colapso financiero de la economía argentina, al haber sido un obispo que animó a sus sacerdotes a trabajar en los barrios bajos, el papa Francisco conoce la economía desde el punto de vista de quienes están en el fondo. Al denunciar el culto al dinero, se pone firmemente en contra de un "mercado deificado" en el que las masas de seres humanos son espectadores impotentes, si no es que "sobras" desechables.
Limbaugh reconoció que no es católico, aunque dice que "se ha visto tentado a explorarlo en varias ocasiones"; no obstante, "sabe lo suficiente como para saber que hace unos años habría sido impensable que un Papa pensara o hablara así".
Sin embargo, hay poca diferencia entre el papa Francisco y las declaraciones proféticas de sus predecesores. Lo que ofrece no es "marxismo", como dice Limbaugh, sino una enseñanza social católica básica que nació hace más de un siglo. Tanto el papa Juan Pablo II como Benedicto XVI advirtieron explícitamente sobre el capitalismo liberal y la dictadura del mercado y emitieron encíclicas que, a causa de su énfasis en la justicia social y en la "opción para los pobres", Rush Limbaugh calificaría muy seguramente como el elixir mismo del "marxismo".
Sin embargo, es probable que el papa Francisco haya tocado un punto álgido. En el párrafo de su documento que se ha citado con mayor frecuencia, señala: "Algunas personas todavía defienden las teorías de los beneficios económicos en cadena en las que se asume que el crecimiento económico, animado por el libre mercado, logrará inevitablemente que crezca la justicia y la inclusión en el mundo".
"Esta opinión, a la que los hechos nunca han respaldado, manifiesta una confianza ingenua y burda en la bondad de quienes ostentan el poder económico y en el funcionamiento sacralizado del sistema económico predominante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando".
En este punto se podría decir que esto ya es personal, ya que trasciende a los ruegos tradicionales por los pobres para desafiar uno de los dogmas predominantes entre la élite a la que nuestra economía beneficia: la idea de que lo que beneficia a los más ricos —como las exenciones fiscales o la desregulación financiera— inevitablemente beneficiará a quienes están en el fondo.
Fuera de que estas afirmaciones tengan el respaldo de los hechos, el papa Francisco arremete contra los efectos corrosivos que esta clase de ideología tiene en nuestra capacidad de sentir compasión y de interesarnos por los demás.
"La cultura de la prosperidad nos hace insensibles; nos encanta que el mercado nos ofrezca algo nuevo que comprar. Mientras tanto, todas esas vidas frustradas por la falta de oportunidades parecen un simple espectáculo; no logran conmovernos". Limbaugh cree que esta declaración en particular es tan desconcertante que la repite tres veces.
Los analistas de negocios tal vez salgan en defensa del mercado. Sin embargo, al papa Francisco no le interesa entablar un debate sobre la "generación de la riqueza". Pertenece a una tradición que se remonta a los profetas de Israel, cuya prueba de fuego moral fue el bienestar de los miembros más vulnerables y menospreciados de la sociedad.
El papa Francisco asumió la labor de dar voz a los que no la tienen, de despertar la consciencia de los cristianos, de ayudar a crear una cultura de la solidaridad. Dice que anhela una "Iglesia pobre y para los pobres". Tal vez lo que lo distinga de sus predecesores es simplemente que esta es su prioridad y que evidentemente pretende hacer que la Iglesia rinda cuentas al respecto.
Claro que a nadie le preocupa un papa que se dedique a los enfermos y que ame a los pobres. Pero cuando se atreve a reflexionar sobre las causas morales y estructurales de la pobreza, la cosa cambia.
Como señaló Dom Helder Cámara, otro obispo profético de América Latina: "Cuando doy alimento a los pobres me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista". Hay cosas que no cambian.
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