¡Gracias por dejarme vivir en este mundo tan variado, tan lleno de árboles, de ríos, de peces, de aves, de montañas! Un mundo diverso y armonioso, lleno de colorido, de ebullición, de luz. Un mundo con un sol que amanece y nos levanta para batallar, para emprender, para gozar, para sufrir, para abrir caminos, crear sueños y aprender a amarlo todo.
¡Gracias por hacernos libres! Ya experimenté que la libertad no se puede matar aunque se aplaste al hombre. Que el pensamiento es de nuestra propiedad y nadie puede cortarle las alas, ni quitarle sus espacio, ¡ni prohibirle volar!
Pongo en tu corazón a mi hijo. Cada uno es una rosa moldeada por tus manos y abierta por mis besos.
El hijo es como la “maestría” en la ciencia de la vida. Es la pasturita de nuestra raíz, la mechita de nuestra luz, el pedal de nuestra vida, el oficio que no se acaba ¡y el perdón que no se siente!
La madre y el hijo son un nudo de amor y de sangre que nunca se desata.
La madre es la medida exacta para que “quepa” el hijo. La madre es como una semilla que se va dorando y haciendo fruto con el hijo. Es la flor escogida de tu jardín, la única rosa que te sirve de taller… y te pasas meses trabajando en su entraña par dar forma e infundir vida.
La maternidad es el modo más intenso de vivir.
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