El amor nace del corazón de un Dios Padre que toma la iniciativa.
Tomar la iniciativa es esperar lo que llega poniéndose en camino.
Es acudir a la necesidad del otro, antes que se vuelva grito.
Es no temer mostrarnos carentes de algo, y con sencillez pedirlo.
Tomar la iniciativa es no esperar a que al otro vea, lo que nosotros ya vimos.
Es tender una mano antes que todo sea un abismo.
Es querer que tus hijos te encuentren como padre y te busquen como amigo.
Tomar la iniciativa es hablar a tiempo y con mucho cariño.
Es no pedir que otros hagan, lo que nosotros debemos por nosotros mismos.
¿Cuál será la iniciativa que tenemos que tomar en este tiempo para que nazca nuevo el amor? O dicho de otra manera, ¿cuál es la iniciativa que Dios ya tomó, y está esperando que nosotros continuemos?
El amor nace del corazón de María que se deja encontrar por la iniciativa amorosa del Padre.
Dejarse encontrar es querer y permitir que haya encuentro.
Es dejar que el que nos busca, nos mire como perla, y así nos pida vernos.
Dejarse encontrar es estar en aquello que debemos;
es habitar en lo propio sin curiosear en lo ajeno;
es hospedar al que llega sin que nosotros lo llamemos.
Es dejar de buscarse en todo, que hace imposible el encuentro.
Dejarse encontrar es saber perder libretos, prejuicios y tiempo.
¿Qué será lo que tenemos que perder para dejarnos encontrar por ese Dios que en este tiempo también está hecho niño, para que nosotros lo encontremos?
El amor nace del corazón de José que sueña posibilidades.
Soñar posibilidades es vencer tozudamente la dureza que ofrece dificultad.
Es dar vuelta en el corazón las cosas, hasta encontrar su lado simple desde donde mirar.
Soñar posibilidades es reconocer cuando el corazón se fatiga y enseñarle a esperar.
Es confiar que la llave de “lo que es posible en Dios” abre lo que queríamos cerrar.
¿Qué posibilidades, nos invita Dios a soñar en este tiempo?
El amor nace del corazón de Isabel que rejuvenece en la espera.
Rejuvenecer en la espera es no desechar por viejas, las promesas que nos dieron.
Es levantar el corazón del niño con las manos del abuelo.
Es revestirse de hombre nuevo, sin pintar la fachada de moderno.
Es ir a contramano de la inercia, hacia un amor primero.
Es renovar los odres, porque el vino de Dios es siempre nuevo.
Es no renunciar a la vida que se va gestando dentro.
¿Cuál será la espera que haga rejuvenecer nuestro corazón en este tiempo?
Salir a abrir puertas es entender que el solo abrirla, ya da espacio.
Es poner el rostro a lo que viene sin querer esquivarlo.
Es comprender cuando el ambiente se carga y se va saturando.
Salir a abrir puertas es vencer el egoísmo que tiende a encerrarnos.
Es abrirse a que el otro nos pida escucharlo.
Salir a abrir puertas es buscar comunicarnos.
Es querer que no haya nada que se pudra por cerrado.
Salir a abrir puertas es incluir a otros en lo que sabe alegrarnos.
Es aliviar del otro su corazón cansado.
Salir a abrir puertas es dar a la propia vida un horizonte más amplio.
¿Cuál es la puerta a la que el Señor está llamando en este tiempo, y tenemos que salir a abrir, si queremos alojarlo?
El amor nace de un corazón que al contrario de Herodes, elige pasar a un segundo plano.
Elegir el segundo plano es dar lugar al otro porque la caridad está primero.
Es elegir una mirada de la vida en la que solos, no nos entendemos.
Es descubrir que la sombra no anula, sino libra de la ambición de los puestos.
Es buscar la sombra como lugar de llegada, y también de comienzo.
Elegir el segundo plano es ser buen discípulo y aprender del maestro.
Es reconocer humildemente diferencias, sin victimarse por ello.
Es ver que a otro eligen, y no llenarse de celos.
Es ser simples siervos, sin otro reconocimiento.
Es poner lo propio, sin rubricarlo con sellos.
Elegir el segundo plano es saber que un amor más grande viene sosteniendo el nuestro.
¿De qué modo se nos ofrece pasar hoy a un segundo plano?
El amor nace de un corazón, que como el de los pastores, vive asombrándose.
Vivir asombrándose es entender que todo hecho guarda una buena noticia.
Es renovar los aumentos, cuando en las cosas pequeñas se va perdiendo la vista.
Es ponderar con cuidado, el minucioso trabajo de Dios, como un Artista.
Es preguntarse por qué, de lo más insignificante se ocupa Aquél que está arriba.
Vivir asombrándose es ponerse con paciencia a distinguir el entramado de la vida.
Es agradecer el tesoro que guarda nuestra arcilla.
Vivir asombrándose es comprender que del todo, se sabe una partecita.
Es descubrir que el árbol se guardaba ya en la semilla, y en la gracia a pedir, lo que Dios nos ofrecía.
Vivir asombrándose es comprender que en las cosas de Dios, no existen las naderías.
¿En qué será que tengo que renovar mi asombro para que no se pase de largo el Señor con su visita?
El amor nace de un corazón que como el de los Reyes se anima a seguir.
Animarse a seguir es entender que los pies fueron dados para andar y el corazón para seguir.
Animarse a seguir es tener la humildad suficiente para aceptar las señas del guía, y decirle: sí.
Es sostener lo que fue antorcha en la vida, aunque hoy, sea solo llama que ilumina el aquí.
Es ponerse detrás del anciano y aprender de su esfuerzo para poderse erguir.
Animarse a seguir es dar brotes de vida después de podas bien grandes, dejándose empujar por la raíz.
Es ver más allá de las nubes el claro por venir.
Es no guiarse por los que hablan al borde del camino, sino por el que en él supieron, su vida invertir.
Es ser fiel a la entrega, que nos lleva a parir.
Es saber que lo que una vez se hizo se puede repetir.
Animarse a seguir es estar en medio del río sin aflojar las brazadas para no sucumbir.
Es comprender que acá no se da lo que será dado allí.
Es no tocar más la herida hasta verla cicatriz.
¿En qué cosa me invita el Señor a animarme a seguir para no quedar en el camino porque sí?
El amor nace de un corazón que como el Niño acuna el madero.
Es dejar que el amor tome la carne, para que así puedan verlo.
Acunar el madero es recordar que el amor no ha nacido en corazones llenos.
Es descubrir que el amor nada esquiva cuando es bien verdadero.
Acunar el madero es dar fortaleza a lo que nace pero sin endurecerlo.
Es contener al que llora en su dolor más tierno.
Es alzar al que en la senda cae y proponerle otro intento.
Acunar el madero es poner las manos al servicio para amortiguar en algo, los dolores ajenos.
Es enseñar cuánta vida yace en Aquél que dan por muerto.
Acunar el madero es entrecruzar el brazo de los pobres, con el nuestro.
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